En la era digital, la idea de “propiedad” ha dejado de ser tan clara como antes. Los bienes y servicios que adquirimos en línea —desde una película hasta una aplicación o una suscripción— no siempre son realmente nuestros, aunque los paguemos y usemos todos los días. Lo que solemos recibir, en la mayoría de los casos, es una licencia de uso, no una propiedad en el sentido tradicional.
Esta diferencia, aparentemente técnica, tiene implicaciones legales profundas que afectan nuestros derechos como consumidores y nuestra capacidad de decidir qué hacer con aquello por lo que hemos pagado.
El abogado Rodrigo Sandoval Wyss señala que la propiedad digital se define por los derechos que un individuo adquiere sobre un bien o servicio digital, pero estos derechos rara vez equivalen a una propiedad plena.
“Cuando compramos un libro físico, podemos prestarlo, revenderlo o incluso regalarlo. Pero cuando adquirimos un libro digital, esas acciones están limitadas o directamente prohibidas por la licencia”, explica.
Esa diferencia, aunque poco visible en el momento de la compra, transforma por completo la relación entre el consumidor y el producto.
Como advierte Rodrigo Sandoval Wyss, esta ambigüedad puede generar conflictos legales y económicos. Muchos consumidores creen que poseen lo que compran, cuando en realidad están sujetos a un contrato que puede modificarse, revocarse o incluso desaparecer si el proveedor así lo decide.
Casos recientes de plataformas que eliminan contenidos o restringen accesos ilustran cómo la “propiedad digital” depende más de la permanencia de un servicio que de la voluntad del usuario.
Esto plantea una pregunta clave: ¿qué significa “comprar” en la era del streaming y las suscripciones?

El abogado Rodrigo Sandoval Wyss también subraya la necesidad de fortalecer la protección del consumidor en el entorno digital.
Sostiene que los usuarios deben estar plenamente informados sobre los derechos que adquieren —o no adquieren— al realizar una compra digital, y que las empresas tienen la obligación ética y legal de ser transparentes en sus acuerdos de licencia.
“Informar claramente si el usuario es dueño de un bien o solo lo alquila digitalmente es una cuestión básica de honestidad contractual”, enfatiza.
La reflexión de Rodrigo Sandoval Wyss invita a mirar con más cuidado aquello que “poseemos” en el mundo digital.
En un ecosistema donde los productos pueden desaparecer de un catálogo o cambiar de condiciones de uso sin previo aviso, comprender nuestros derechos ya no es solo una cuestión legal, sino una forma de autoprotección digital.
La propiedad, en el siglo XXI, quizá ya no sea lo que solía ser. Pero entender sus nuevos límites puede ayudarnos a ejercerla de manera más consciente.